Gracias a internet podemos compartirlo todo más fácilmente.
Compartir habilidades, conocimientos, habitaciones, coches, incluso sofás, es cada vez más común gracias a internet y, sobre todo, a las apps que nos permiten conectar con semejantes que viven cerca de nosotros con ciertas garantías (su reputación es valorada por toda la comunidad).
Al mismo tiempo que los bienes y servicios nos cuestan más baratos porque se eliminan los intermediarios, de esta manera también se está imponiendo un modelo de suscripción a bienes y servicios por encima del modelo tradicional de propiedad.
Costes más bajos
Si bien es cierto que continúa habiendo algunos intermediarios entre los usuarios de diversas plataformas que sirven para compartir bienes y servicios, estos solo se quedan una pequeña parte de la transacción entre los usuarios porque los costes fijos son muy bajos y el coste marginal de cada operación adicional es prácticamente nulo. Es lo que, por ejemplo, ocurre con Airbnb o HomeAway, que conectan a millones de personas con viviendas o habitaciones de alquiler con sus posibles clientes en todo el mundo.
De esta forma, Airbnb ha podido situarse a la misma altura que las grandes cadenas hoteleras. Couchsurfing, una de sus competidoras que proporciona alojamiento mutuo gratuito entre sus usuarios, ni siquiera obtiene beneficios directos de cada operación, solo ofrece a quienes lo deseen la opción de abonar una cuota de inscripción.
Toda clase de productos
Gracias a este sistema de economía de compartir o economía circular que se ve favorecida exponencialmente por el 2.0, florecen nuevos servicios para compartirlo o alquilarlo prácticamente todo, haciendo hincapié en la modalidad de suscripción: una cuota mensual o anual para acceder a todo un catálogo de artículos o servicios.
Así se pueden alquilar juguetes (Baby Plays, Rent That Toy!, Spark Box Toys), ropa y complementos (Rent The Runaway, I-Ella, Avelle, Tie Society), productos reciclados (The Freecycle Network, ThredUP), tecnología (Yerdle), huertos domésticos (SharedEarth) o vehículos (SocialCar, Turo), entre otros.
También puede compartirse el propio dinero, en forma de microcréditos que cedemos a las personas que consideramos que lo merecen o necesitan. Es lo que permiten hacer plataformas como el Grameen Bank o “Banco de los pobres”, creado por el premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus, o Kiva, que pone en contacto a personas de países pobres que necesitan cantidades pequeñas de dinero para abrir o mantener su negocio con colaboradores de países más ricos.
Incluso existe Shareable, una publicación que informa a propósito de los avances en este tipo de economía del compartir o procomún colaborativo.
Además de reducirse los costes, estas iniciativas facilitan que se consuma menos, lo cual tiene un impacto positivo en el medio ambiente. También se recicla más. Solo en el acto de compartir coche, las cifras pueden llegar a ser espectaculares: por cada vehículo compartido, dejan de circular 15 vehículos particulares. Por si fuera fuera poco, los propios minoristas contaminarán menos porque, en aras de satisfacer la demanda de productos que duren mucho para que sean compartidos una y otra vez por sus usuarios, se mejorará la calidad y la durabilidad de los mismos. Eso reducirá ostensiblemente la cantidad de basura porque se derrochará menos.
Para el año 2025, la economía colaborativa representará más de 335 000 millones de dólares. En España, estas compañías suponen entre el 1% y el 1,4% del PIB total, pero para 2025 supondrán casi el 2,9%.